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Querida Virgen de la Vega, patrona de Salamanca,

“¡Abre, Madre, tus brazos al pueblo que a ti llega!”

Me siento muy honrado por ser portavoz del amor que te profesan los salmantinos, y muy orgulloso de servir a esta ciudad de personas curtidas en los desafíos, trabajadoras y valientes, que cada 8 de septiembre renuevan su devoción por ti y agradecen tu protección.

Esta festividad, que nos vincula a todos los salmantinos desde hace siglos, es una oportunidad para profundizar en los lazos que nos unen, para fomentar la concordia entre nosotros y recordar que el diálogo y el acuerdo son el camino más recto para afrontar los retos y dificultades que tenemos por delante.

Son valores que resaltan más aún en estos tiempos convulsos que nos toca vivir.

Frente a la sinrazón de la guerra y al dolor que sufren tantas personas, que pierden su vida, su salud, su profesión, sus bienes y su identidad, los salmantinos, que tantas veces hemos sentado cátedra, tenemos el deber de oponernos frontalmente a cualquier forma de totalitarismo y rechazar a los ambiciosos y radicales, que convierten la vida de las personas normales en una pesadilla.

Tenemos la obligación moral de no depositar nuestra confianza en tales dirigentes, y no dejarnos atraer por sus cantos de sirena, porque como tantas veces la historia ha demostrado, solo nos conducen al desastre, una y otra vez, y así sucesivamente.

Esta tierra que vio nacer a una de las Escuelas de Pensamiento más influyentes de la historia, la Escuela de Salamanca, y que presume de dos de las mejores Universidades, distingue muy bien cuáles son los fundamentos de la convivencia, la dignidad y los derechos fundamentales de las personas, que nos impulsan precisamente a acoger y dar cariño a los que han tenido que abandonar su país y sus hogares. Esta es la auténtica humanidad.

Te ofrezco, Señora, el compromiso de que en Salamanca continuaremos haciendo una política digna que sitúa a las personas por encima de las ideologías y del egoísmo.

Una política constructiva, centrada en su bienestar y en su derecho a soñar con un proyecto de vida aquí, donde se conocieron sus abuelos y donde crecieron sus padres.

Salamanca se construye desde el gobierno, desde la oposición, desde las instituciones, desde las organizaciones y asociaciones, desde cada barrio. Cada persona cuenta y mucho.

Los salmantinos hemos dado sobradas muestras de nuestra capacidad de sacrificio. Siempre nos hemos crecido ante las dificultades y hemos ofrecido lo mejor de nosotros mismos. Lo hemos demostrado en los peores momentos de la pandemia.

Ahora hay preocupación en las familias y en las empresas. Los gastos no paran de crecer. Sabemos que otra vez nos toca demostrar la pasta de la que estamos hechos.

Pero igual que arrimamos el hombro, exigimos que se nos escuche y que se tengan en cuenta nuestras necesidades. Somos combativos y muy industriosos.

Nos hemos ganado a pulso ser una referencia en muchos ámbitos: en la sanidad, en la educación, en los servicios sociales, en la innovación, en la investigación, en la cultura.

Y ese buen hacer es el mejor aval para que se nos tenga muy en cuenta para todo, por supuesto para que tengamos mejores comunicaciones, y permíteme Señora, que descienda a consideraciones más prosaicas, e invoque la llegada de esos fondos que son tan necesarios para nuestro bienestar y desarrollo, y también para que se hable el mejor español por el mundo.

Se vive muy bien en Salamanca, pero no nos conformamos. Nos hemos impuesto retos muy exigentes. Aprovechar al máximo el talento de nuestros jóvenes y ofrecerles las oportunidades que necesitan; darles los mejores servicios a los mayores, que se sientan importantes, porque lo son, y sobre todo que nunca se sientan solos;  proteger socialmente a las personas y familias que más lo necesitan; apoyar a los empresarios, que crean empleo y levantan la persiana de sus negocios contra viento y marea; y crear para los trabajadores unas condiciones laborales dignas.

Te ofrezco, querida patrona, todas nuestras capacidades y esfuerzo para hacer realidad estos grandes objetivos, la energía, la fuerza y la dedicación de todos los salmantinos.

Y como uno más de ellos, apreciamos con cariño el trabajo de nuestro nuevo Obispo, don José Luis, bueno, ya no tan nuevo, a quien ofrecemos nuestra colaboración y deseamos los mayores éxitos, como a todos los religiosos que le acompañan en su noble tarea; que no se le exijan muy duras pruebas, más allá de algún problemilla de rodilla, que deseamos vaya superando.

Finalmente, querida Virgen de la Vega, es mi obligación como Alcalde, y ya sé que el campo necesita mucha agua, pedirte que estos días acompañe a nuestras fiestas el sol y la buena temperatura. Dejo en tus manos la forma en que concilies ambas demandas.

 “¡Oh, Virgen de la Vega!

Bendice hoy a tus hijos, bendice a tu ciudad.”

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