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El Museo de Historia de la Automoción de Salamanca (MHAS), dentro de las amplias actividades que está preparando para la celebración del Día Internacional de los Museos 2023, muestra una pieza de gran importancia histórica, que muy pocas veces se exhibe en los museos. Un invento poco conocido, necesario para avanzar como sociedad sostenible, y que nos recuerda que no debemos olvidar el pasado, sino aprender de él, para forjar un cambio positivo en las nuevas generaciones venideras.

El MHAS presenta un gasógeno de 1944, de la colección Redondo – Berdugo, fabricado y diseñado en Logroño por Eugenio Sáenz Hierro, montado sobre un Ford T. Un ingenio considerado de interés nacional en su época que fue presentado como una alternativa a la gasolina. Un procedimiento para utilizar directamente combustibles sólidos para la alimentación de los motores de combustión interna. 

La penuria que sufrió España en la posguerra se reflejó también en el parque automovilístico del momento, pasando de los 179.500 vehículos existentes al comenzar 1936, a tan solo 78.000, en 1940. Todo ello llevó a declarar restricciones de combustible entre 1940 y 1953.

España intentó resolver el problema del transporte recurriendo al gasógeno, basado en el aprovechamiento del gas monóxido de carbono (CO) procedente de la combustión de diferentes materiales, que suplía o se combinaba con la gasolina.

Muchos fabricantes de gasógenos eran artesanales, aunque grandes empresas como Ford-España o Michelin también los fabricaron.

Los usaban coches, autobuses, camiones e incluso motocicletas, primándose a los taxistas que lo instalaban, con un incremento del 50 % en su cupo de combustible. Hasta el propio Jefe del Estado ordenó colocar gasógenos en sus coches oficiales.

No era fácil mover un vehículo con gasógeno, pues su encendido requería una preparación de unos 90 minutos antes de salir. El arranque era con gasolina, pasando a continuación a funcionar con los gases del gasógeno, alimentado por distintos materiales como cáscaras de avellanas o de almendras, y con otros menos eficientes como leña, carbón, papel... La potencia resultante era muy escasa, generalmente un tercio, lo que se notaba en las cuestas, debiendo incluso, los autobuses, hacer bajar en ellas a los viajeros, que también tenían que soportar el calor del gasógeno en las plazas traseras. Por otra parte, también los incendios eran frecuentes en garajes y calles, ya que el artefacto, caliente por el uso, propiciaba estos incidentes.

Los gasógenos llevaban hasta 3 filtros para depurar los gases emitidos, pero el fino polvo de la caldera y los gases resultaban muy corrosivos para los motores, sobre todo para las válvulas.

En un recorrido de 100 km, un coche debía llevar en la baca hasta tres sacos de carbón con los que alimentar la caldera cada 25 o 30 kilómetros. Y no podía faltar la picaresca, pues algunos que podían pagar gasolina de estraperlo, disimulaban su uso con un gasógeno que humeaba.

Desde el MHAS, se quiere invitar a reflexionar sobre el futuro del automóvil y la forma de utilizar las distintas fuentes energéticas que utilizamos a diario. Los visitantes de centro museístico tendrán la oportunidad de contemplar una pieza muy especial, que no debe caer en el olvido.

Y para todos los seguidores de las redes sociales del MHAS, durante este mes, se ofrecerán distintos documentos de este ingenio del siglo XX, desde parte de su patente, hasta anuncios de la época, donde se muestra la importancia que tuvo a mediados del siglo pasado.

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