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El Museo de Historia de la Automoción de Salamanca incorpora una pieza singular de la posguerra española, un verdadero ingenio de la automoción nacional, símbolo de la búsqueda incesante de movilidad y resurgimiento de un país con una gran escasez de recursos económicos, energéticos y un precario parque automovilístico, dominado por las motocicletas.

El ejemplar, que llega por primera vez a Salamanca, es un automóvil Clúa 500 del año 1958. Un vehículo con unas características más propias de una motocicleta que de un automóvil, pues dispone de un chasis tubular con un motor delantero de cuatro tiempos refrigerado por aire, dos cilindros opuestos y con válvulas en culata. Un vehículo que, a pesar de montar un motor en la parte delantera, trasmitía su fuerza al eje trasero y disponía de una suspensión compuesta por muelles helicoidales y amortiguadores telescópicos, sujetos en su parte delantera a unos brazos oscilantes y en la parte trasera un eje rígido guiado por tirantes elásticos longitudinales.

Su carrocería fue inspirada en el Pegaso Z-102, como el expuesto en el Museo de Historia de la Automoción de Salamanca, y una de sus principales rasgos característicos, que le alzaron en su época al ser un vehículo elegante con líneas deportivas y suaves. Un diseño propio de los cabriolet de dos plazas, con detalles del Z-102, como la tobera del capó delantero, la elevación de las aletas posteriores, la delineación de las puertas o el embellecedor de la calandra, pero con doble hoja vertical.

La historia de la marca Construcciones Mecánicas Clúa S.L. surge en los años 20 con el nacimiento de un taller de reparación de motores de vehículos industriales, camiones y autobuses. Finalizada la Guerra Civil Española, surge la posibilidad de emprender una nueva actividad constructiva y desarrollan un prototipo de tractor para una España rural, donde los animales dominaban el campo. Sin embargo, por distintos problemas, no consiguen alcanzar su objetivo y en 1949, ante el escaso parque móvil y la demanda de vehículos ligeros de dos ruedas, empiezan a construir, primeramente, un pequeño motor de dos tiempos para acoplar a las bicicletas.

A partir de entonces, lentamente, van construyendo velomotores hasta dar el gran salto a la fabricación de vehículos de dos ruedas, comenzando una diversificación de su producción y nuevos acuerdos, como el establecido con la marca italiana Alpino. Surge así un catálogo de ciclomotores, motocicletas, triciclos de reparto, scooter y motocarros, con una gran diversidad de motores, hasta los 175 cc.

En 1954, la marca inicia un nuevo rumbo y presenta su primer prototipo de microcoche, dando un salto cualitativo y que desarrollará hasta el año 1957, año de presentación del Clúa 500. Nace entonces uno de los microcoches más elegantes de la historia española. Durante su presentación se recibieron numerosos encargos, aunque con una cláusula especial de compromiso de devolución del dinero en caso de defecto o anomalías en la fabricación; hecho éste que provocó que muchas unidades, años más tarde, fueran devueltas, y hoy en día no se conserven muchos de estos peculiares vehículos.

El fin de la marca llegó en el año 1962 tras cosechar grandes éxitos que pudieron influir en su cierre definitivo, ya que la diversificación de sus productos le obligaba a tener grandes cantidades de stock y unas líneas de producción poco competitivas con sus rivales, que se limitaban a un único modelo o, a lo sumo, dos modelos.

Actualmente no se conservan muchas unidades de microcoches y la labor de conservación de estos vehículos, que fueron el símbolo de un medio de transporte de posguerra, es fundamental para entender el desarrollo de nuestra sociedad. Gracias a la labor de restauración de coleccionistas, podemos disfrutar en Salamanca de esta unidad basada en el diseño del prestigioso carrocero Pedro Serra y que puede ser contemplada junto a su hermano mayor, el Pegaso Z-102, uno de las joyas de la historia de la automoción de España.

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