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El Museo del Comercio expone el antiguo quiosco que estuvo ubicado desde 1931 y durante décadas en una de las esquinas de la Plaza Mayor, junto a las Escaleras del Ochavo.

La historia de este quiosco comienza en las primeras décadas del siglo XX. A principios de esa centuria se instaló en esa ubicación un primer quiosco de madera que fue quemado en el transcurso de un altercado político, en 1930. Su propietario en aquellas fechas, Guillermo González, decidió construir otro, ahora de hierro, que es el que desde hace unos años puede verse en el Museo del Comercio. El quiosco data, así pues, de 1931.

Ángel Sánchez Miguel, padre del donante, cogió el traspaso en torno a 1959. Ángel Sánchez Miguel realizó varios trabajos en su vida antes de conseguir el quiosco. Fue repartidor de pan elaborado en la Tahona del Bretón y recorría la ciudad con un caballo. Luego vendió periódicos en varias ubicaciones, siempre en el entorno de la Plaza Mayor: primero en las Escalerillas de Pinto, a la entrada de La Rápida. Más tarde en un portal de la calle Toro.

Después a la puerta del café Castilla, anteriormente Términus y, más tarde, al cerrarse este local, lo hará en La Tropical (California).
Ángel Sánchez Miguel, nacido en junio de 1877, era natural del Campo de Peñaranda. En Salamanca la familia vivía en el Patio de Escuelas. Su hijo, Ángel Sánchez Sánchez, nació en 1942. Desde los cinco años tuvo que ayudar a su padre en la venta de periódicos, alternando esta labor con el colegio. Como no le gustaba estudiar buscó trabajo desde muy joven: entró como aprendiz en un negocio de marroquinería que se arruinó de la noche a la mañana. La aventura duró tres años, el mismo tiempo que estuvo en la tienda de calzado de Llorens Ceba, ubicada en la calle San Justo. Trabajó otros tres años en La Española, tienda de ultramarinos situada hoy junto a San Juan de Sahagún pero que antes había estado en la calle Pozo Amarillo (El Comercio). De ahí, y tras completar el servicio militar en Valladolid, volvió con su padre, ahora ya al quiosco. Tenía entonces 21 años.

La ubicación céntrica del negocio y su cercanía al Gran Hotel, le ha permitido conocer a muchos turistas importantes, como Charlton Heston o el cosmólogo Hawkins. También a artistas españoles de renombre, deportistas y toreros; de hecho, el quiosco tuvo siempre fama de taurino y hasta allí se acercaban los lectores ávidos de esta prensa. También gozó de su momento de gloria en el cine, apareciendo en una escena de Octavia, película dirigida por Basilio Martín Patino.

Aunque en origen fuera un puesto destinado a la prensa diaria, con el tiempo el quiosco fue incorporando otro tipo de género, fundamentalmente golosinas. Varias generaciones de niños endulzaron sus domingos con garrafas, pirulís, pastillas de leche de burra, confites, regaliz de palo, pan de higo, caramelos de “a perra chica” o las eternas pipas de girasol que allí compraban. También se vendían en el quiosco peonzas y cariocas de papel para volar.

Y bombas, petardos, busca-pies y un largo etcétera de productos que se compraban al por mayor en La Fama, otra histórica tienda ubicada en El Corrillo. Todos menos los pirulís, golosinas que hacía el Sr. Boni, propietario del quiosco de La Rúa en Semana Santa.

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